martes, 14 de septiembre de 2010

LECCIÓN DE ÉTICA Y DEMOCRACIA por Augusto Alvarez Rodrich

El agradecimiento del país a Mario Vargas Llosa

La carta enviada ayer por Mario Vargas Llosa al presidente Alan García con su renuncia a la presidencia de la comisión del Lugar de la Memoria, como una expresión de protesta por la amnistía encubierta decidida por su gobierno a los violadores de derechos humanos en el Perú, constituye una lección de dignidad, ética y democracia.

Esto es particularmente importante en un contexto de modorra moral que afecta a varias entidades y personas relevantes del país que hoy están más interesadas en una buena relación política y comercial con el gobierno, antes que en la defensa desinteresada de valores distintos a los de la bolsa de Lima.

Vargas Llosa coincide en su carta con las reacciones ante este escándalo que se han producido por parte de un conjunto diverso de instituciones como el Relator de la ONU, la CIDH, la Conferencia Episcopal y la Defensoría del Pueblo. Asimismo, por los fiscales, varios medios –con la excepción de aquellos que tienen la convicción de que el respeto a los derechos humanos no debe ser un obstáculo para la estabilidad económica–, y un amplio número de personas que firmó el comunicado ‘Ante un nuevo atentado contra el estado de derecho’, encabezado por Julio Cotler, Pilar Coll y Salomón Lerner Febres.

La respuesta del gobierno a dichas reacciones fue variando desde la indiferencia, la negación de lo evidente, y hasta el respaldo abierto a esos decretos hechos específicamente para la promoción de la impunidad de violadores de derechos humanos, incluyendo a los integrantes del grupo Colina, Alberto Fujimori, Vladimiro Montesinos y varios otros delincuentes.

Todo esto estuvo sazonado por la prepotencia crecientemente desequilibrada y majadera del ministro –ojalá que solo hasta hoy– Rafael Rey, quien se convirtió en la punta de lanza de la impunidad para los violadores de derechos humanos.

Sin embargo, la carta de Vargas Llosa, por su sólido prestigio nacional e internacional, confrontó de un modo ineludible al gobierno del presidente García con sus pactos de impunidad, obligándolo a retroceder y proceder, en el acto, a iniciar la derogación de los decretos y a despedir a Rey, quien se ha convertido en símbolo de la escasa convicción democrática y ética que ha mostrado el gobierno, una mancha que no podrá ser borrada ni siquiera por esta ‘rectificación’ que no es por convicción sino forzada para evitar un desprestigio mayor.

El país le debe a Mario Vargas Llosa un agradecimiento legítimo por su disposición para, como en este caso, poner su prestigio personal a favor de la defensa de principios fundamentales de una democracia como, sin duda, son los derechos humanos.

DÉJÀ VU FUJIMORISTA por Augusto Álvarez Rodrich

¿Por qué Alan García quiere liberar al Grupo Colina?

Los decretos legislativos sobre derechos humanos que acaba de promulgar el gobierno del presidente Alan García son una expresión de su escaso respeto a esta causa fundamental en una democracia verdadera y no simulada, y constituyen un retroceso hasta los peores momentos de la construcción de la plataforma de impunidad que diseñó el fujimontesinismo a mediados de los años noventa.

Estos decretos legislativos (1094, 1095, 1096 y 1097, promulgados el 1 de setiembre) establecen, entre otros asuntos, que solo se considera crimen de lesa humanidad a aquellos delitos que se cometieron después del año 2003.

Esto permitiría el archivamiento de los casos de violación de derechos humanos con el argumento de la prolongación de los procesos. El problema, sin embargo, es que dicha extensión exagerada de estos expedientes se debe, por un lado, a las maniobras realizadas por los abogados de los acusados de estos graves delitos; y, por el otro, a la complicidad del Ministerio de Defensa para no cooperar –como debiera– con las cortes.

Los beneficiados de estas normas son un amplio número de personas, incluyendo al elenco completo del Grupo Colina –Santiago Martin Rivas, Jesús Sosa Saavedra, Carlos Pichilingue, entre otros–, así como otros violadores comprobados de los derechos humanos como Telmo Hurtado. Varios de ellos ya están procesando, en este momento, sus expedientes de salida.

También se beneficiarían de esta norma los ya sentenciados Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos e, incluso, el actual presidente García. Como ha hecho notar el abogado del IDL Carlos Rivera, esta norma lograría el levantamiento de la condena a Fujimori pues llevaría a concluir que, legalmente, no sería un delito de lesa humanidad. Todo esto se parece a lo hecho por el fujimontesinismo con la ley de amnistía de 1995 debido a que busca excluir a los procesados por derechos humanos.

De este modo, luego de todo lo avanzado en materia de respeto a los derechos humanos –con mucha dificultad, debe reconocerse– desde el colapso del fujimontesinismo y durante los gobiernos de Valentín Paniagua y Alejandro Toledo, lo que está haciendo la administración actual del presidente García constituye un retroceso tan lamentable como inaceptable.

¿Por qué un gobierno de origen democrático se enloda en este pantano autocrático? Se puede especular con varias hipótesis vinculadas a otras medidas en marcha en este momento en el ámbito militar-policial, pero la más probable es la planteada por Fernando Rospigliosi el domingo en este diario sobre la comunión de ideas del presidente García con el enfoque básico fujimorista, lo cual explicaría la presencia, ayer y hoy, de los mismos promotores de estas acciones antidemocráticas, como el vicepresidente Luis Giampietri o el ministro Rafael Rey.

DIOS Y EL DOCTOR GARCÍA por Cesar Hildebranth

Cuando lo conocí, Alan García era un agnóstico, un cuasiblasfemo y un gonzalezpradista hasta la médula. O sea que era laico y pecador sin medias tintas.

Ahora lo veo disfrazado de morado, investido de ciprianismo lenguaraz, romano hasta el cuello y papal como un templario fundador. ¿Qué le ha pasado?

Creo que comprendió que él era el mejor de los hombres pero que, en materia celestial, debía aliarse con el que todo lo podía.

Sería, pensó, una yunta invencible: el Dios que doblegó a Roma y se hizo él mismo Roma junto al hombre que tan cerca está de la divinidad. Dios y el César de los Andes: todo sería posible.

García tiene un joint venture con Dios y por eso es que nada le pasa cuando se pone debajo de un edificio herido. Y por eso es que logra anunciar la existencia de un hijo supernumerario ante la presencia consentidora de su santa esposa. Y por eso es que se va a Pisco y promete que los escombros se moverán en menos de una semana –oh, milagro–, que en un año más todo estará reconstruido –milagro de San Hernán, pero ojalá que no de Santa Cutra–, y que la economía de la zona no padecerá ni siquiera en sus cifras de exportación –más que milagro: conjuro celestial–.

Enrique Chirinos Soto se pegaba una tranca cosaca y luego se confesaba. Apuñalaba políticamente a alguien y luego se engullía una hostia efervescente. Disolvía un tribunal Constitucional a pedido de Joy Way y de inmediato hacía gárgaras con diez avemarías. Para Chirinos, la religión católica no era sólo credo y fe: era una ducha española que lo desenmugraba.

Sospecho que la relación del doctor García con los poderes mayores es un poco parecida. O sea que después de cada mentira viene el padrenuestro y luego de una canallada las bienaventuranzas y al día siguiente de las altas cualidades una sesión de golpes de pecho. La religión como jabón carbónico.

Eso no quiere decir que el doctor García carezca de fe. La tiene de sobra y eso lo hace peligroso. Si los conversos tienden a la ortodoxia, se diría que el doctor García se está inclinando al fanatismo.

Me cuentan que es cada día más difícil discutir sus decisiones, matizar sus infalibilidades, añadir algo a sus sorprendentes decisiones. Como Bush cuando incendia a los infieles y extirpa a los países endemoniados, el doctor García cree ahora que Dios le da órdenes, que del cielo le bajan los memos que él sólo acata y que, al fin y al cabo, esa contigüidad con Dios lo exonera del banal juicio de sus ministros y del aún más banal escrutinio de los pobres diablos de la prensa.

Además, ¿no está Dios detrás de esa subida de 11 puntos en su popularidad? ¿No lo estuvo acaso en la evaporación de esos sesenta mil votos que le impidieron a Lourdes Flores ser Presidenta? Y en la multiplicación de esa diminuta hacienda original, multiplicación que le permitió tener ese piso en París, estas casas, aquellas cuentas, ¿no estuvo Dios, acaso?

De tanto interpretar a Dios el doctor García va a terminar pareciéndosele. Frente a esa colosal cercanía, ¿qué pueden importar los patrulleros que no se compran, los ministros que no renuncian, los fondos que no se gastan, los reclamos de los impacientes y las observaciones de quienes alegan haber sido traicionados? Y acaso Wilbert Bendezú, ¿no tiene la pinta de Judas?

QUÉ VIVAN LOS NOVIOS por Cesar Hildebranth

El matrimonio del doctor Alan García con don Alberto Fujimori Fujimori, descendiente de la más rancia nobleza yakuza, ha constituido, sin duda alguna, el acontecimiento social del año.

Fotografiados por Mario Testino, impresos por millones en la revista Hola, clonados en todos los cuchés de las revistas rosas, amadrinados por Luis Alva Castro en Balenciaga de lamé (para la boda) y rabioso Versace (para la fiesta), y bendecidos por el capellán general de prisiones, don Vladimiro Montesinos, ambos lucieron serenos y felices embutidos en sendos Armani, regalo de Asbanc por haber empezado la liquidación del Banco de la Nación, y dispuestos a hacer todo lo posible para que esta vez la cosa sí funcione.

Porque no podemos olvidar que ambos personajes tuvieron su choque y fuga en 1990, cuando Alan asesoró a Kenya, lo instruyó para el debate con Vargas Llosa, lo convirtió en discípulo del callejón de las 7 puñaladas y hasta le prestó para todos los fines a Montesinos, que ya era asesor de Inteligencia nombrado por García antes de que Fujimori le descubriera sus mejores talentos en el arte de matar y en la destreza menor de picar los bolsos del Estado.

Ese romance fue tórrido, conoció de mil enjuagues en el Congreso, de otros mil enredos en la comisión que investigaba el origen de la fortuna del doctor García, hasta que un pequeño malentendido, instigado por Montesinos, hizo que Fujimori fuera en pos de García con la ayuda de algunos tanques y con el propósito de llevarlo a su despacho a preguntarle cómo había hecho para no dejar huellas y cuál era el truco para dejar el BCR con menos 130 millones de dólares (–US$ 130 millones) y luego aparecer dando algunos consejitos sobre economía.

Pero el canalla de Montesinos llamó al doctor García diciéndole que el japonés, que todos los días veía Tora,Tora, Tora para inspirarse, lo quería muerto. Y allí nació la desavenencia que terminó desemparejándolos por un tiempo.

Pero ahora no. Ahora no está Montesinos para interponerse. A este amor que los años no estropearon, que los cadáveres de uno y otro lado terminaron por blindar –Rodrigo Franco, de un lado, Colina, del otro; el Frontón como dote, Barrios Altos como contraparte– ya nadie lo puede parar.

Y allí están, como testigos de estas bodas de sangre, la lucha feroz en contra de las ONG –masacre solicitada por el fujimorismo y a punto de ser ejecutada por el Apra–, el desmantelamiento de la lucha anticorrupción –gesto que conviene a ambos contrayentes–, y el sabotaje descarado a la extradición de Fujimori, requisito casi físico para la consumación de la boda dado que un novio de tan altas cualidades no puede venir con las esposas puestas, qué se han creído.

Todo esto envuelto en la misma cueca prochilena, empezada por Fujimori al firmar los vergonzosos y traidores acuerdos de 1998 y continuada hasta el exceso por García al poner a la Gallina Turuleca en Torre Tagle. Los que, como Cipriani, creemos en la santidad del matrimonio sólo podemos esperar que sean felices. (Una nube de arroz de Enci sobre los novios).