martes, 15 de marzo de 2011

CRÓNICA: LA MASACRE DE UCHURACCAY CONTADA DESDE ADENTRO

Sin aliento, sin sentido: la masacre de Uchuraccay y su posterior politización han sido las peores tragedias del periodismo nacional, sin compasión. Cada año, Javier Ascue, periodista representativo de El Comercio hasta hoy y quien pudo ser el noveno mártir, recuerda el 29 de diciembre de 1982 por dos aspectos en pugna. Primero, ese día llegó a Ayacucho como corresponsal para cubrir una invasión inminente: Sendero anunciaba que iba a tomar Huamanga y el general Clemente Noel era nombrado jefe político militar de la zona de emergencia en el criminalmente conocido cuartel Los Cabitos. Y segundo, ese día era su cumpleaños.

Desde esa fecha hasta el espantoso 26, Ascue fue testigo del descalabro social y psicológico, con matanzas diarias.

Los periodistas buscaban, por esto, las imperiosas declaraciones del general Noel. Hasta que, según cuenta Ascue: “En una conferencia de prensa quiere anunciarnos con orgullo que la población campesina está respondiendo junto a sus Fuerzas Armadas contra los criminales y que han matado a siete terroristas en la zona de Huaychao”.

Con esta noticia, en la balanza social, se abría un frente civil de resistencia. Y los diarios comenzaron a mandar relevos, pero Javier Ascue se quedó. Llegó primero Willy Retto, el fotógrafo de “El Observador”: “Y lo primero que hace Willy con su redactor, el chiquillo Mendívil, es ganarnos una primicia. Había llegado el ministro del Interior a Ayacucho en helicóptero y le hizo la foto.

Llegando nomás nos gana. Él se había ido a Venezuela, me contaba que le fue regular y que añoraba el Perú. Yo lo había conocido de pequeño al lado de Óscar, su padre, fotógrafo de “Última hora””, cuenta. Al día siguiente se reencontró con Jorge Sedano de “La República”: “Yo fui fotógrafo ambulante antes del periodismo y él había sido repartidor de fotos en los domicilios. Cuando me vio me dijo: “Te sigo los pasos”, me alegré mucho. Me dijo: “Me tienes que ayudar, yo de acá tengo que regresar famoso a Lima”. Y le sugerí que se fuera a Carmen Alto, donde flameaba una bandera roja. Fue y al día siguiente fue portada en su periódico. ¡Éramos grandes amigos!”.

Poco después llegaron Amador García, de la revista “Oiga”, y Pedro Sánchez de “El diario de Marka”. Y Huaychao seguía siendo la primicia en dulce. Sin embargo, Ascue aprovechó para cubrir una balacera en Chuschi. Al volver tenía los pies ensangrentados por el terrorífico camino y encontró a Eduardo de la Piniella, de “El diario de Marka”. “Habían organizado el viaje a Huaychao. Hasta ese momento nadie sabía de Uchuraccay, ni que existía algo con ese nombre.

Estaban esperándome porque era una zona de campesinos y yo hablaba quechua. “Si no, partíamos ayer”. Les dije que estaba mal. Fui a una reunión a las 8 de la noche, y me animé. En eso, llega Octavio Infante, el periodista de “Panorama”, de Ayacucho, y dice: “Es fácil el viaje, yo los voy a ayudar, soy de la zona, hablo quechua, cuando lleguemos a Tambo vamos hasta mi hacienda, yo les proporciono caballos”. Allí los iba a esperar un guía llamado Juan Argumedo. Y dije: “Si ya hay uno que habla quechua…”. Igual me despertaron a las 5:30 de la mañana y vi, en un lanchón lleno, que De la Piniella estaba sentado junto al chofer. “Ya pues, Javier, déjame ir”, me dijo. Se suponía que él no iba, ya había muchos de “El diario de Marka”. Estaba también el corresponsal Félix Gavilán. Me dijo: “Siéntate atrás”. Y yo dije: “No, me siento mal”. Hubo bromas y todavía los veo sacando la cabeza por la ventana: “Te chupaste””.

La feroz tragedia no espero ni un día en ser conocida. Una señora llegó a Huamanga, buscó a Javier y le entregó el carnet de periodista de Jorge Luis Mendívil: “Señor, a los periodistas los han matado…”. Y el tenaz corresponsal de El Comercio escuchó por primera vez el nombre que en los siguientes días demonizaría a sus pobladores: Uchuraccay.

El general Noel apareció en público y confirmó las muertes. Ascue se subió al primer helicóptero y ayudó a desenterrarlos con sus sonámbulas manos: estaban de dos en dos, boca abajo, en cuatro fosas, mutilados por la cabeza, con hachas, hondas y piedras. Los campesinos que antes eran “patriotas” por matar senderistas se tornaban en “criminales”.

MOTIVACIONES POLÍTICAS

Lo que siguió después se pudrió de ideología: las furiosas acusaciones recayeron en las Fuerzas Armadas, que “habrían instigado las matanzas”, según muchos periodistas, dirigentes de izquierda y familiares.

El 2 de febrero de 1983 Belaunde nombró una comisión presidida por Mario Vargas Llosa y fue la más vilipendiada de la historia cuando concluyó que la propia comunidad cometió el asesinato masivo por sus condiciones de marginación y aislamiento. El antropólogo Luis Millones, quien participó de aquella comisión, una vez declaró: “Era una tarea que había que hacer por encima de cualquier cosa… Yo hice lo mejor que pude y con eso me puedo morir tranquilo”.

Veinte años después, la CVR refrendó sus conclusiones: “La matanza fue cruel y no duró más que treinta minutos (...) los campesinos estaban seguros de que habían dado muerte a miembros del PCP SL, por eso mismo los sepultaron fuera del cementerio y sin velatorio… los cuerpos de los periodistas fueron depositados muy cerca de la plaza, a solo 200 metros, sin ningún afán de ocultamiento”.

Y tampoco negó “que diversos agentes del Estado —los sinchis e infantes de Marina, el jefe del Comando Político Militar y el propio presidente de la República— alentaron esta conducta”. Pero no avaló la tesis de que fueron directos perpetradores.

MIGUEL ÁNGEL CÁRDENAS M. (Está crónica fue publicada el 24 de enero del 2009)

Fuente: elcomercio.pe

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